Yo, Claudio
Por El Fanatinche (Ricardo Pinto N.)
Escuchaba hoy a un comentarista televisivo preguntarse cuál iba a ser el efecto en cancha que los jugadores de Colo Colo acusarían tras a salida de su líder, estratega y casi mentor. Básico, hay que mirar el segundo tiempo de los albos ante Boca en La Bombonera. Entraron al camarín rebosantes, les bastaron quince minutos para desmoronarse. Concepción ya los va a encontrar "vacunados" contra la desmoralización. El respetabe Juan Cristóbal Guarello escribió una interesante columna en EMOL que impulsó a comentársela. Apropiada, diga del autor, habla bien del paso del argentino por la banca del cacique aunque repara a ratos en lo irrisorio, en jugadores que no rindieron. Como que hila muy fino hablando de un personaje con el que no se deben hacer análisis muy quirúrgicos. Porque Claudio Daniel Borghi fue transversal desde que llegó a Chile a lucirse en nuestras canchas hasta que consiguió inscribisrse en apenas dos años como el entrenador más exitoso de nuestro fútbol. Y fue tan transversal que hasta dictó pautas de comportamiento a seguir como para mejorar este fútbol tercermundista, "ratón", malacatoso, lleno de mercenarios dentro y fuera de la cancha, con periodismo básico y antianalítico-apasionado, congraciándose con todos sin tener que hacer concesiones, ganándose el respeto de los rivales incluso. Traspasando las barreras de la cancha misma. Un personaje que vino a este país siempre a dar espectáculo. El que tenga agallas para criticarlo sólo es otro de los envidiosos que intentó sin éxito robarle algo de su brillantez natural, de su esencia de potrero trasplantada al primer plano, de su decencia a toda prueba que no se vende al mejor postor aunque se le critique por autovalorarse a sí mismo. Borghi se lo echó al bolsillo sin soberbia, se hizo un lugar sin buscarlo, le tapó la boca a los incrédulos dioses de cera -con el Bichi muere la teoría Bonvalletiana de que en Chie no se pude jugar con tres en el fondo- y se sentó en las bases de la burocracia mercantil que hoy intentaregir los destinos del balompié criollo. A este tipo le debemos más que los cuatro títulos que el hincha albo babosea prepotentemente. A Borghi le debemos la emancipación del fútbol chileno centrado en su raíz misma, en la trampilla, en "la choreza", en el pundonor, en el crack de barrio con diez troncos al lado, en que se puede disfrutar sin dejar el estigma que nos dice que somos hijos del rigor en el campo de juego. No es culpa del entrenador que sus pupilos sean tan poco atinados que decidieron pelear premios justo después de ganarle a Boca, cuando antes estuvieron callados esperando el golpe de suerte. No es culpa de Borghi que los mandamases de Blanco y Negro sean tan mercantlistas que no entiendan que pasar de club a sociedad anónima es tan difícil como poner en marcha el Transantiago en un país desordenado. Hay que tener calma, tino, precisión y por sobretodo, respeto. Borghi se cansó.
Era el mejor momento para irse. En la cúspide, como el mejor en su área de trabajo, como el más querido por el pueblo, como el que alguna vez se pidió a gritos para hacer se cargo de la selección chilena porque se sabe que el tipo encarna lo nuestro aunque haya nacido en otra tierra. Un campeón del mundo que nunca se jactó de ello, soportó fuertes críticas de verdaderos "Don Nadie", aplastó a sus rivales sin faltar a la ética, puso de moda el fútbol espectáculo y lanzó al estrellato a la hornada de esperanza que nos puede llevar al próximo mundial de fútbol. Jorge Valdivia, Matías Fernández, Humberto Suazo, Alexis Sánchez o Miguel Riffo, con diversas realidades y proyecciones, son jugadores que con otros técnicos no habrían alcanzado el estrellato. Porque en un medio tan conservador y poco arriesgado, Borghi los alentaba a ir adelante, no con verso ni video sino apelando a la relación del amigo-entrenador, del que premia más que castiga, del que aconseja y tiene ese don de mando armonioso, del que sabe conformar equipos de trabajo y que quienes se ponen a su orden sienten la importancia dentro del grupo. En Chile, aunque quieran, nadie más trabaja así. Los resultados globales jamás mienten. Quienes sostienen que el Bichi debe probar ahora, en niveles más exigentes que es un gran estratega son simples escépticos que "hablan por la herida". Borghi dejó huella y cuando lo comparan con Álamos o Jozic subo el pulgar en lo futbolístico. Lo otro, el remezón completo a las empantanadas bases de nuestro fútbol no se lo quiten, por favor. Que el gordo de la sonrisa fácil y la fantasía como insignia se ganó un sitial con creces. Y el que quiera venir a quitárselo es un simplón soñador con más verso que currículum.
Escuchaba hoy a un comentarista televisivo preguntarse cuál iba a ser el efecto en cancha que los jugadores de Colo Colo acusarían tras a salida de su líder, estratega y casi mentor. Básico, hay que mirar el segundo tiempo de los albos ante Boca en La Bombonera. Entraron al camarín rebosantes, les bastaron quince minutos para desmoronarse. Concepción ya los va a encontrar "vacunados" contra la desmoralización. El respetabe Juan Cristóbal Guarello escribió una interesante columna en EMOL que impulsó a comentársela. Apropiada, diga del autor, habla bien del paso del argentino por la banca del cacique aunque repara a ratos en lo irrisorio, en jugadores que no rindieron. Como que hila muy fino hablando de un personaje con el que no se deben hacer análisis muy quirúrgicos. Porque Claudio Daniel Borghi fue transversal desde que llegó a Chile a lucirse en nuestras canchas hasta que consiguió inscribisrse en apenas dos años como el entrenador más exitoso de nuestro fútbol. Y fue tan transversal que hasta dictó pautas de comportamiento a seguir como para mejorar este fútbol tercermundista, "ratón", malacatoso, lleno de mercenarios dentro y fuera de la cancha, con periodismo básico y antianalítico-apasionado, congraciándose con todos sin tener que hacer concesiones, ganándose el respeto de los rivales incluso. Traspasando las barreras de la cancha misma. Un personaje que vino a este país siempre a dar espectáculo. El que tenga agallas para criticarlo sólo es otro de los envidiosos que intentó sin éxito robarle algo de su brillantez natural, de su esencia de potrero trasplantada al primer plano, de su decencia a toda prueba que no se vende al mejor postor aunque se le critique por autovalorarse a sí mismo. Borghi se lo echó al bolsillo sin soberbia, se hizo un lugar sin buscarlo, le tapó la boca a los incrédulos dioses de cera -con el Bichi muere la teoría Bonvalletiana de que en Chie no se pude jugar con tres en el fondo- y se sentó en las bases de la burocracia mercantil que hoy intentaregir los destinos del balompié criollo. A este tipo le debemos más que los cuatro títulos que el hincha albo babosea prepotentemente. A Borghi le debemos la emancipación del fútbol chileno centrado en su raíz misma, en la trampilla, en "la choreza", en el pundonor, en el crack de barrio con diez troncos al lado, en que se puede disfrutar sin dejar el estigma que nos dice que somos hijos del rigor en el campo de juego. No es culpa del entrenador que sus pupilos sean tan poco atinados que decidieron pelear premios justo después de ganarle a Boca, cuando antes estuvieron callados esperando el golpe de suerte. No es culpa de Borghi que los mandamases de Blanco y Negro sean tan mercantlistas que no entiendan que pasar de club a sociedad anónima es tan difícil como poner en marcha el Transantiago en un país desordenado. Hay que tener calma, tino, precisión y por sobretodo, respeto. Borghi se cansó.
Era el mejor momento para irse. En la cúspide, como el mejor en su área de trabajo, como el más querido por el pueblo, como el que alguna vez se pidió a gritos para hacer se cargo de la selección chilena porque se sabe que el tipo encarna lo nuestro aunque haya nacido en otra tierra. Un campeón del mundo que nunca se jactó de ello, soportó fuertes críticas de verdaderos "Don Nadie", aplastó a sus rivales sin faltar a la ética, puso de moda el fútbol espectáculo y lanzó al estrellato a la hornada de esperanza que nos puede llevar al próximo mundial de fútbol. Jorge Valdivia, Matías Fernández, Humberto Suazo, Alexis Sánchez o Miguel Riffo, con diversas realidades y proyecciones, son jugadores que con otros técnicos no habrían alcanzado el estrellato. Porque en un medio tan conservador y poco arriesgado, Borghi los alentaba a ir adelante, no con verso ni video sino apelando a la relación del amigo-entrenador, del que premia más que castiga, del que aconseja y tiene ese don de mando armonioso, del que sabe conformar equipos de trabajo y que quienes se ponen a su orden sienten la importancia dentro del grupo. En Chile, aunque quieran, nadie más trabaja así. Los resultados globales jamás mienten. Quienes sostienen que el Bichi debe probar ahora, en niveles más exigentes que es un gran estratega son simples escépticos que "hablan por la herida". Borghi dejó huella y cuando lo comparan con Álamos o Jozic subo el pulgar en lo futbolístico. Lo otro, el remezón completo a las empantanadas bases de nuestro fútbol no se lo quiten, por favor. Que el gordo de la sonrisa fácil y la fantasía como insignia se ganó un sitial con creces. Y el que quiera venir a quitárselo es un simplón soñador con más verso que currículum.