jueves, septiembre 03, 2009

El “Cóndor” pasa…

Por El Fanatinche (Ricardo Pinto N.)


No recuerdo bien la fecha, lo que habla mal de mi memoria y ratifica la antigüedad del antecedente. Como buen cabro chico pobre esperaba toda la semana para colarme en el estadio el domingo. Llovió esa tarde en Collao.

El preliminar lo ganó Vial a Concepción por 4 a 3. El encuentro estelar tenía a Huachipato frente a Colo Colo que traía en su arco a un tipo que estaba en la retina de todos: Roberto Rojas. Esa tarde, mientras la gente arrancaba de la tribuna protegiéndose del diluvio, me quedé impactado mirando cada jugada, capeando el temporal y mojado hasta lo indecible. Admirado quizás por el vendaval de tiros a gol que sacó el golero popular propiciando un injusto cero a cero. Nunca volví a ver semejante espectáculo en una cancha profesional.

Tal como uno solía arriesgar la salud por una locura impregnada de fútbol, hace 20 años Rojas, el mismo “Cóndor” Rojas no trepidó en jugarse la suya ensimismado por la estupidez. Todo sigue fresco en mi memoria. La imagen del corte en la ceja, el diario La Tercera con su confesión en portada, la desidia de un pueblo que prefirió tapar con tierra un escándalo propiciado por todos, ese clima de guerra futbolera y la innegable soberbia de creer que se podía eliminar a Brasil, al poderoso Brasil. Locos, exagerados, irresponsables y tramposos, tal cual reza el historial del fútbol chileno.

Recordamos ese episodio con vergüenza y nos olvidamos de las responsabilidades anexas. Las nuevas generaciones, las que gozan con las gambetas de Alexis o la pizarra de Bielsa se borraron a ese equipo de 1989 -sub campeón de América dos años antes y conformado por una generación de lujo- que fue castigado, obligado a jugar en Mendoza y que hasta regaló gran parte de sus chances mundialistas en el clave duelo frente al scratch en Santiago. Ese maldito partido donde no supo manejar la ventaja numérica, se anotó un autogol y sólo empatamos en los descuentos merced a otra pillería de Jorge Aravena.

Y todo por someterse a una presión indebida. El mentado “Maracanazo” es el resultado de una escalada de errores, de apasionamientos insanos, apreturas de un medio que sentía la obligación de clasificar y traspasó esa obligación nacional a un grupo de jugadores sin preparación que no soportó la carga.

Pero acá hay un tema que uno mira con cierto recelo. Todos recuerdan la fecha, todos la apuntan con el dedo, la denigran hundiendo con ello la imagen solitaria de Rojas como artífice de la trampa más negra que se conozca en la historia del deporte nacional. ¿Y los demás? ¿Los otros apasionados que no fueron capaces de frenar el desenlace? ¿Alguien le prohibió a Astengo dirigir en Colo Colo? ¿Alguien reclama hoy porque Alejandro Koch ejerce funciones en ese mismo club mientras Rojas paga entrada para ver al equipo que ayudó a salir campeón? ¿Alguna vez en un medio de comunicación se reprimió la actitud ratona y mediocre de Raúl Ormeño o Hugo González que regalaron el partido en Santiago cuando se tenía casi en el bolsillo? Posiblemente no. Y puede que tengan razones éticas suficientes para hacer la diferencia.

Quiero llegar a este punto. Este país vivió, se forjó y seguirá siendo paraíso de la charlatanería y el chantaje. Lo fueron nuestros “libertadores patrios”, lo son nuestras autoridades hoy, lo es usted y lo soy yo muchas veces al día, cuando sin querer usamos un software pirata o compramos un producto a menor precio sin boleta. Son timos menores, es cierto. Pero fraudes al fin y al cabo.

Yo no estoy a favor del pillo. Pero estoy en contra de los mojigatos referentes comunicacionales que, sumado a su incapacidad para entregar información real en ese día tan bullado, hoy se lavan las manos en la fuente de la moralidad, la corrección y critican abiertamente apelando a una supuesta evolución país. Esos que no entienden que Rojas jamás fue un delincuente que se escondió en la camiseta de portero y pudrió por sí solo una caja de manzanas rebosantes de color y calidad. Los mismos que son incapaces de proyectar la memoria histórica para entender que la triste tarde-noche en Río sólo fue el preámbulo de un porrazo inevitable, como tantos otros que nos hemos dado a lo largo de los años. Uno que desde ya le anticipo nos revolcará después de este baño de gloria rumbo a Sudáfrica, cuando volvamos a sentir la derrota apenas el proceso se desgaste. Es el karma de un país mediocre para el fútbol. Algo que no va a cambiar.

Quizás esa tarde de domingo en Collao no lo entendí, empapado en cada prenda de ropa. Poco tiempo después sí capté el mensaje. Aprendí que uno hace locuras por aquello que lo apasiona. Cómo no voy a entender a Rojas, entonces. Si era un arquero extraordinario y podría haberse quedado en esa tarima pasadera para siempre.

Pudo más su enajenada idea de llegar alto con la bandera en el pecho. Lastimera y taciturna quimera que en otros momentos hizo a chilenos con el mismo gen ideológico inscribirse en los libros señeros y celebrados. Al Cóndor no, a él lo desterraron. Cosas de nuestra apestoso doble estándar…