Ni con Wayne convencen

Por Satelito (J. C. Araneda)

Inglaterra ya está en segunda fase. Tiene canasta limpia pero su fútbol está para ensuciar la canasta... La de la basura.
Hasta el Principito Beckham la vio fea hoy (vea la foto, es él aunque no lo crea) contra los trinitarios. Debieron hechar mano a los más añoso y archiconocido de sus recursos para obtener un triunfo que merecieron pero que considerando el nivel del rival no es para ilusionarse con lo que venga.
Cuando algunos se preguntan por qué jugadores como Gerrard (que se soltó al final e hizo una de sus típicas jugadas que inventa en el Liverpool para poner el segundo gol inglés), Joe Cole o Lampard no brillan como en la Premier League hay que buscar a algún culpable directo. Y los dardos apuntan hacia el pragmático Sven Goran Eriksson.
Hay detalles que no se pueden soslayar. Por no contar con un volante central de contención, tanto Gerrard como Lampard deben hacer el papel de volante mixto con la imperatividad de equilibrar el equipo en la mitad. Con ello, tienen pocas posibilidades para desdoblarse y generar opciones y claros de remate a pórtico.
Peter Crouch demostró que su papel en el equipo es casi inútil hasta que toma algún balón aéreo (generalmente levantado por Beckham o Ashley Cole) y puede definir en al área rival. Pero nada más. Incluso, si algo bueno dejó la victoria inglesa (aparte de los números) es la reinserción en la oncena titular de Wayne Rooney, que si bien no alcanzó para motivar un alza en el nivel futbolístico, por lo menos mostró algo de movilidad para hacernos creer que está en condiciones de competir y darle ese toque distinto a un fútbol anticuado, previsible y absolutamente ganable como el británico.
Trinidad y Tobago es un discretísimo rival. Y cuando le anotaron, a siete minutos del final, se abalanzó sobre el arco de Robinson y hasta propicio algunos sustos a la última línea resguardada por Ferdinand y Terry. Eso quiere decir que ante algún equipo más peligroso, Inglaterra puede hacer agua y tendrá que asumir que es más expectativa que realidad.
Por ahora, lo son. Y Eriksson tiene toda la culpa.