Influencia

Por El Fanatinche (Ricardo Pinto N.)
Quien fue a Buenos Aires y no comió un bife chorizo en Florida, no atravesó a pata la Avenida de Mayo entre el Congreso y la Casa Rosada; no se sacó fotos en el Casino Flotante de Puerto Madero, junto a las antigüedades de San Telmo o la belleza genovesa del barrio de La Boca, no compró camisetas de algún equipo en el Unicenter, no vio algún espectáculo en el Colón o el Luna Park, no vitrineó libros y discos en Corrientes, no se bajó del colectivo pasmado ante la majestuosidad del Obelisco, el estadio de River o la Bombonera, o simplemente no se complicó por saber cómo atravesar de a pie la imponente 9 de Julio, definitivamente no fue a Buenos Aires.
Argentina es más que su capital pero en ella podemos encontrar extractos indelebles de su impronta nacional. Gente amable, de personalidad manifiesta y avasallante. La misma que por años alimentó el mito del fanfarroneó y la mirada en menos hacia nosotros. ¿Será que la crisis tras la salida de De la Rúa y los robos de Menem los bajó de su pedestal? No, y es más. Apuesto que una sola caminata por sus calles le quitaría de súbito tal prejuicio tonto y segundón.
Me gusta Argentina porque tiene tradición y la respeta, porque exporta sello propio, porque su nivel intelectual es notoriamente superior al del resto del continente (lo palpé al conversar con un mendigo callejero que tenía más tema e intelectualidad que navegante jubilado), porque su cultura artística y rockera es embriagadora, por su amor propio, porque se la creen y se la juegan, por sus mujeres, por su apertura social; pero ante todo, por su amor incondicional al fútbol.
A diferencia nuestra, ellos tiene memoria nacional. Recuerdan con igual sentido a las 33 víctimas de la Guerra de Malvinas como a las muchísimas otras acribilladas por aquél fusil empuñado cobardemente en manos de Videla, Galtieri y sus secuaces de la tortura. Dolor como el hundimiento del Buque General Belgrano que amaina cuando recorren una y otra vez los goles del Diego en el ‘86 y de Kempes en el ‘78, esos que los llevaron por un día al Olimpo del mundo futbolero. Los de Maradona ante los ingleses, claro que tiene otro significado. Alguna vez definí al segundo de ellos como "el gol de la dignidad". Ese día, los argentinos volvieron a levantar la cabeza de orgullo.
Hoy conmemoran su 196º aniversario patrio. Inmediatamente traigo a mi mente el par de días por su capital, la ciudad más bella, enigmática, cosmopolita y atrayente que me haya tocado ver. Su gente me cautivó. Pero no quiero salir del marco que encierra este humilde sitio, por más que haya titulado el post con el nombre de una obra incuestionable del maestro Charly García. Acá se habla de fútbol. Bien vale reconocerles entonces todo el aporte que inconscientemente han vertido sobre nuestro balompié. Fueron, son y serán ejemplo a seguir para nosotros. Después de todo, si imitas al que logró el éxito, puede que algún día tu también lo logres.