El mundial de Carlitos

Por El Fanatinche (Ricardo Pinto Neira)

Siempre es lo mismo. Que les toca el grupo más difícil, que por qué no nominaste a este y sí a este otro, que el entrenador de turno no sabe qué tiene que hacer y tal. Satelito pide objetividad; desde ya prescindo de ella. Ya he dado aquí muestras de tenerla y por toneladas. Esta vez se trata de la máxima súplica del balompié: el mundial. Y que es el fútbol si no pasión, preferencia, subjetividad pura. Yo siempre voy por Argentina.
Será porque su camiseta es albiceleste y yo amo a Celeste (Cid, la de las fotos, la más linda del mundo). Tal vez sea que Buenos Aires es la ciudad más hermosa y cosmopolita que conozco. Puede que la culpa radique en Boca y su inefable destino de ganar lo que tenga enfrente. O porque desde chico vi correr a un gordito semidios, el Diego, que se pasaba a los rivales sin apelar a más que el talento generando éxtasis entre sus seguidores. O porque son vecinos, porque viven el show de la pelotita como ningún otro en el mundo, que se yo. Creo que en definitiva cada cosa suma. Sus ansias por ganarlo todo, por creerse y exigirse los mejores es una característica que alabo y añoro.
Son tantas las frustraciones acumuladas por ambos pueblos (chileno y argentino) que a uno lo llama a mimetizarse. Los queremos ver campeones porque nos gusta su impronta y hasta la importamos a la mala. Sentirse los primeros es un anhelo de cualquiera que de una u otra forma entra y vibra en una cancha de fútbol. Así lo encaran ellos.
¿Me piden objetividad? Bueno, esto se asemeja en algo. Creo que el de Alemania debe ser el mundial de Carlitos Tévez. Qué mejor momento que este. Cuando todas las miradas están sobre Ronaldinho, Henry, Ronaldo, Zidane, Rooney, Totti, Riquelme y el mismo Messi. Carlitos es un tocado por la varita de los dioses. Cada vez que entró a una cancha, desde que era niño y jugaba para ganarse el fiambre y la gaseosa en el barrio, este gladiador del pueblo supo que en sus pies estaba el destino de ser más grande que cualquiera de quienes lo rodeaban.

Cuando en segunda ronda de la Libertadores, Bianchi necesitaba un delantero, inscribió a este muchacho de la cantera que ya generaba presagios en la galería xeneise. Debutó en Calama, me acuerdo y sepultó con un par de piques el mito de que no se puede correr y jugar bien en la altura. La mitad de esa gloriosa copa boquense, la ganó "el Apache" sólo. Pasó igual con torneos locales, la Sudamericana y la Intercontinental. Se transformó en el traspaso más caro de la historia de este lado del mundo con más de 20 millones de dólares. Lo llevaron del Corinthians para recuperar el título brasileño y en un año justificó la inversión. Mejor jugador de América 2004 y 2005. Este año podría ser su tercer trofeo consecutivo.
Sí, ya sé, falta la camiseta nacional. Con su selección ganó -casi por sí mismo- el único título vedado para el fútbol trasandino: los juegos olímpicos. De principio a fin, goleador y mejor figura, anotó incluso el tanto del triunfo en la final y se colgó la ansiada medalla de oro ante la locura de un país sumergido en fiesta. Y si no es por Bielsa, que lo sacó justo en los descuentos cuando se entretenía mostrándoles el balón a los mismísimos brasileños, tendría en su estane de éxitos el título de la Copa América del ‘04 donde fue genio y protagonista. Un curriculum tan envidiable que en Fox Sports osaron compararlo con Ronaldinho y plantear en concurso telefónico -ganancia a costa del pavo frente a la tele- para ver quien era el mejor jugador del mundo. Y estuvo peleado.
En fin, me fui en halagos y me perdí casi como comentarista de radios regionales. Lo que quiero sostener es que cuando todos miran hacia otros hombres y nombres, embobados por los medios y las portadas de las grandes cadenas, Carlos Alberto Tévez, el mismo que siempre está alejado de toda superficialidad y enemigo de las entrevistas aduladoras, tendrá la oportunidad de reventar redes adversarias con su dribling endemoniado, su remate portentoso, su velocidad y potencia a toda prueba y hasta su encomiable capacidad para echarse el equipo al hombro. Más que expectativa es una íntima esperanza. Seré un hincha, rogando porque la estrella que ilumina a Tévez brille más que nunca. Que el chico que le ganó a la pobreza cumpla con su destino permanente y aquél mandato imperioso del balompié. Dejar en claro, justo en la cita más importante, que por más que el fútbol lo hayan inventado los ingleses, fue en Sudamérica donde se descubrío como disfrutarlo. Y que aún habiendo tantas luminarias que juegan en Europa, los buenos para la pelota siguen siendo los que nacen en este lado del mundo.