La verdadera peste del fútbol chileno

Por El Fanatinche (Ricardo Pinto N).

Que son parte del espectáculo, que no lo son, que los agreden y culpan, que los estigmatizan, que son el real corazón de un club, que aportan al entorno, en fin. Tan encontrados como irreconciliables son los fundamentos que surgen a partir de un mero análisis a las barras bravas. Mejor sería ubicarse en un contexto menos egoísta. Más macro. Yo por ejemplo, miraba el blog de mi amiga Flor y ella, que no entiende de fútbol se hacía preguntas que la gran parte de la gente decente se haría. Yo... creo que estamos frente a una inaceptable crisis de valores, muchachos.
Las barras bravas están lejos de ser un aporte al fútbol. Más bien, con veinte y tantos años yendo al estadio tengo claro que surgen y se desarrollan en plena concordancia con la degradación del principal deporte de masas en Chile. Extrañamente, las más populares son las de la “U” y Colo Colo, en ese orden. Ambas instituciones quebraron, malgastaron dinero y avalaron sus hinchadas grotescas por la gracia de dirigentes con dudosa capacidad administrativa.
Desde que las hinchadas populares se instalaron y adueñaron de los recintos deportivos, hay dos maneras para medir su evolución. Una cualitativa y subjetiva que habla de mayor colorido -con fuegos artificiales prohibidos, lienzos que no dejan ver la cancha y basura que barrer del piso-, aumentó del fanatismo y originalidad -todo importado “a la mala” desde Argentina- y en suma, mayor nivel al espectáculo según dicen sus asérrimos defensores. Lo cuantitativo indica que paralelamente con los años, el fútbol chileno cayó en un pozo económico y deportivo, que la familia se alejó del tablón, que estas verdaderas “mafias de poder” cambiaron la nomenclatura al interior de los equipos más importantes y hasta su fama tradicional en menos de un decenio. Antes jamás se oyó hablar de un partido de alto riesgo. Ahora matan gente en la calle por llevar una camiseta del bando contrario.
Dicen que no hay soluciones al tema. No necesito acabarme el cigarro para que se me ocurran varias: Acotarlas, exigiendo el autoempadronamiento, entregándoles beneficios mínimos como rebaja de entrada -no gratuidad- y exigiendo que existan códigos de responsabilidad legal a la par con los de privilegio que hoy presumen. Disuadirlas, dónde el club sea un activo poniendo más cámaras e invirtiendo en medidas de control, detectando al que tenga cualquier comportamiento anormal y haciéndose parte de las querellas para delimitar el terreno. O bien eliminarlas, con algún juez o tribunal –así como Guzman se especializó en derecho humanos- que acumule y combata las causas por violencia en los estadios basado en un patrón represivo, con los medios actuando como controladores externos, con campañas publicitarias, etc.
Se puede. Es cosa de voluntad. Aunque para serle sincero, creo que no hay tal, que más bien esto terminará el día que maten a alguien dentro de un estadio. Ese día se agota el crédito y entenderemos que no es correcto señalar como en Chile hay delincuentes inmiscuídos en las barras. Los “infiltrados” no existen, son excusa liviana y pilatónica para justificar la irracionalidad de la masa.
Vuelvo al ejemplo con que inicié. Seamos más amplios en la discusión. Estos tipos aplauden cuando se despeja el balón al corner, vitorean al que se hace expulsar por pegarle a un contrario y mostrar “cojones”, valoran la trampa deportiva, te agreden sin más justificación que un emblema, propician el revanchismo absurdo y destrozan la propiedad privada. ¿Son personas con valores normales?
Si alguien te pega un puñete en la vía pública lo puedes meter preso. ¿Por qué no en el estadio? ¿O acaso las cuatro lucas de la entrada te dan derecho a ser energúmeno y primitivo por dos horas? El que me diga que estos prepotentes son aporte o tiene los valores definitivamente trastocados o no conoce cómo funcionan las barras bravas desde dentro. Yo las conozco. Son una lacra. Organizada y conciente. Pero detestable al fin y al cabo.